Época Pigmea Antigua (¿?- 300 AAPO)
Hace más de trescientos años antes de la Apertura del Portal Oscuro, en La Hidra vivían tres tribus pigmeas: Los Tumonwo, los Aranga, y los Tuga Longa. Entre estas, la última era la más poderosa, pues controlaban las junglas orientales y disponían de los mejores guerreros, gracias al desarrollo de una naciente industria lítica. Poco se sabe de la forma de vida y cultura de los pigmeos en este estado primitivo, salvo que eran dados a guerrear entre ellos y se dedicaban a la caza y recolección.
No obstante, este estado más salvaje cambió cuando llegó a La Hidra un brujo zandalari exiliado de Zandalar llamado Atahamanwa. Este trol, al ver a las criaturas brutas y obtusas con las que se encontró (pensemos que pertenecía a la casta más alta de la raza trol) decidió emplearlas para sus propios fines. Con el fin de ser aceptado, justo cuando guerreros nativos fueron a su encuentro para expulsarlo, hizo gala de sus dotes mágicas, carbonizando por entero la montaña donde la tribu Tuga Longa residía, y acabando con la vida de sus habitantes. Desde entonces, ese lugar ha permanecido con una vegetación marchita y negra, donde sólo crecen pardos zarzales, produciendo así un gran contraste con el resto de la flora habitual isleña.
Cuando los indígenas se percataron del poder de Atahamanwa, la historia pigmea dice que se postraron ante él y lo adoraron como a un dios. El zandalari, viendo la oportunidad que tenía ante él les dijo que su nombre era Olmatlipoca, y que era el Dios de las Hidras (animales sagrados para los nativos), el cual había llegado para bendecir al pueblo pigmeo. Para ganarse aún más la fidelidad de sus nuevos adoradores, el brujo seleccionó a los caciques de cada una de las tribus y a partir de ellos construyó una nueva casta sacerdotal. Asimismo, unió a todos los habitantes de la isla bautizándoles como olmatlecas, y sobre la montaña carbonizada donde antes quedaba el poblado Tuga Longa, fundó la Ciudad-Templo de Olmatlán.
Alta Cultura Pigmea (300 AAPO - 40 AAPO)
Esta nueva ciudad quiso ser un reflejo de los majestuosos templos zandalari. No obstante, los pigmeos pronto incorporaron su propio estilo, y siguiendo las indicaciones de su nuevo dios construyeron un palacio-templo de piedra en el interior de una caverna que se había abierto tras la explosión de los conjuros mágicos contra la montaña. En aquel mismo lugar, la casta sacerdotal fue instruida en las letras y lengua zandalari, mientras que los pigmeos más comunes siguieron hablando su idioma natal con alguna palabra nueva de origen trol.
Según pasaban las décadas, Olmatlipoca se hacía cada vez más viejo, mientras que la casta sacerdotal crecía en número y sabiduría. Muchos de ellos ya habían aprendido a realizar hechizos de piromancia notables e incluso dos Altos Sacerdotes conocían tímidamente los rituales del vudú y la magia negra. Esto preocupó al brujo zandalari, por lo que resolvió recurrir a la más tenebrosas de las artes para prolongar su vida y poder, de modo que ninguno de sus devotos osase jamás desafiarlo.
Fue de esta manera por la que se estableció la fiesta-ritual del Olmatlepetl, por el cual, cinco pigmeos y cinco bajos sacerdotes elegidos al azar eran sacrificados en el Templo de Olmatlipoca, de forma similar a la que algunos Imperios trols realizaban sacrificios a sus loa. El funcionamiento de este ritual mágico funcionaba de la siguiente manera: El Sumo Sacerdote y sus asistentes colocaban a sus sacrificios sobre el altar mayor del templo, a cuyo frente se encontraba la deidad, ataviada con una máscara de piedra en forma de hidra, de cuya boca emanaba un haz oscuro que atraía la energía vital de las víctimas, nutriéndose de ellas. A continuación, el Sumo Sacerdote les sacaba el corazón y los exprimía sobre un cuenco de madera, el cual se le daba a Olmatlipoca para que bebiese de él (aunque algunos relieves y murales de Olmatlán reflejan que era la propia deidad la que se comía los corazones crudos). Como es ostensible, este ritual anual permitía al trol prolongar su vida y mantener a un nivel aceptable sus reservas mágicas.
Pasados dos siglos y medio de la llegada del Dios Hidra, los pigmeos habían evolucionado hacia una cultura más avanzada. En la cúspide de su civilización estaban los Sacerdotes, tras ellos, estaban los Guerreros, y por último, los Trabajadores. A pesar de esto, la mayoría de los indígenas, especialmente los guerreros de bajo nivel y los trabajadores, continuaron con una forma de vida primitiva, pues ni siquiera empezaron a arar tierras ni a criar animales (quizás porque el mismo medio les proporcionaba el sustento). Tan sólo la casta sacerdotal y ciertos guerreros asociados al Templo de Olmatlipoca se beneficiaron de los avances. Sin embargo, el control que ejercían sobre los demás nativos era absoluto. Año tras año, continuó celebrándose religiosamente el Ritual del Olmatlepetl. No obstante, cada vez era mayor el número de sacrificios que Olmatlipoca demandaba, pues a pesar de nutrirse de la energía vital de los desdichados que acababan en su altar como ofrendas, seguía envejeciendo y debilitándose. Las crónicas pigmeas cuentan que unos veinte años antes de la llegada de los 'invasores tirasianos', se realizaban alrededor de cien sacrificios anuales (la mayoría trabajadores) al dios. El incremento de las demandas comenzó a provocar cierto malestar en las castas bajas, quienes comenzaron a sentirse explotados por el Templo sin recibir apenas beneficios a cambio.
Descubrimiento y Gobierno Tirasiano (-40 AAPO - 8 DAPO)
Cuarenta años antes de la apertura del Portal Oscuro, cuando en los Reinos del Este imperaba la paz, una goleta de Kul Tiras, pilotada por el capitán de la Armada Don Rodrigo de Velasco, tocaba tierra en una remota isla de los Mares del Sur, donde fundó el asentamiento llamado Tiramar. Este, a quince jornadas de navegación de su patria y a siete de Ventormenta, se convertía en un punto estratégico para el comercio entre las distintas naciones humanas. Asimismo, serviría también para controlar las rutas marítimas y mantener una pequeña flota con la que mantener a raya a los buques piratas que incesantemente azuzaban a las compañías mercantes que surcaban el Gran Mar.
A raíz del descubrimiento de Don Rodrigo de Velasco, al año siguiente la nación marítima de Kul Tiras envió cinco barcos con al asentamiento de Tiramar, en el suroeste de la ínsula, donde también se construyó un castillo donde se asentó el gobernador elegido por las autoridades del país. La economía de la nueva colonia pronto se basó principalmente en el comercio y en la exportación de caña de azúcar de las plantaciones insulares controladas apenas por dos familias importantes. También se empezó a cazar activamente a las hidras locales, con el objetivo de vender a altísimos precios sus escamas, garras, mandíbulas, y carne, lo que permitió a la isla crecer de forma próspera. Asimismo, también se obtenía un buen pellizco de los beneficios que reportaban las aduanas comerciales.
Por otra parte, los pigmeos vieron a los primeros exploradores tirasianos (y después a los colonizadores de Tiramar) como intrusos. Es en esta época cuando guerreros nativos asesinan al explorador Felipe Esquivel en las junglas orientales, cuando estaba cerca de descubrir la ciudad de Olmatlán. No obstante, Olmatlipoca, enterado de los acontecimientos e intrigado por la aparición de aquellas criaturas, ordenó a sus adoradores que consintiesen a los humanos asentarse en la isla, permitiéndoles tan sólo que capturasen a viajeros solitarios o grupos pequeños para que sirviesen de sacrificio. De esta manera, los tirasianos no fueron conscientes de la existencia de los pigmeos, y al mismo tiempo, el brujo trol conseguía desviar los malestares de las castas bajas al dejar de realizar sacrificios sobre ellas. Empero, esta estrategia quedó en entredicho cuando Tiramar empezó a crecer con inesperada rapidez y los tirasianos cada vez se adentraban más en las junglas orientales, conscientes de las constantes desapariciones que tenían lugar en esa zona. Fue en torno al año 6, después de la Apertura del Portal Oscuro, cuando, el Sargento Roberto Robles localizó la ciudad pigmea, pese a que no vivió para contarlo, pues rápidamente fue apresado y sacrificado en el Templo.
Estos hechos, sumados a la caza masiva de hidras, que seguían considerándose animales sagrados e hijos de Olmatlipoca, provocó la furia de los pigmeos y del propio Dios Hidra, el cual determinó que la presencia humana tenía que llegar a su fin, declarándole la guerra a los colonos. A mediados del año 7, al anochecer del octavo día del sexto mes, un ejército de entorno a los diez mil pigmeos marcharon con Olmatlipoca a la cabeza contra Tiramar. El Fuerte de la Tenacidad, localizado en el centro de la isla y con una guarnición de doscientos soldados cayó rápidamente ante el ataque fugaz de los nativos que, sorprendieron y mataron a placer al destacamento militar, dejando a su paso derruida la fortaleza. Sin embargo, tres supervivientes lograron dar la voz de alarma a Tiramar dos horas antes de que el ejército olmatleca llegara a las puertas de la ciudad. Precipitadamente, el gobernador Lope de Gómara, logró reunir a las defensas de la ciudad, que se cifraban en torno a los mil soldados y doscientos guardias urbanos. Las fuerzas tirasianas lograron resistir al empuje pigmeo por varias horas, causando numerosas bajas al enemigo, hasta que el mismo Olmatlipoca empleó sus conjuros para derribar la muralla exterior, facilitando así la irrupción de sus acólitos en la ciudad.
La ofensiva en el interior de la ciudad se saldó a favor de los olmatlecas gracias a la decidida participación del Dios Hidra y de los Altos Sacerdotes. Acabado el combate, toda la población superviviente (los pigmeos en sus tablillas apuntan a que fueron unos 2000 en total, aunque quizás sea una cifra exagerada) de Tiramar fue apresada y conducida a Olmatlán. Allí, se celebró un gran Olmatlepetl, por el cual Olmatlipoca estuvo diez días y diez noches consumiendo la energía y bebiendo la sangre de sus sacrificios. Las calaveras de sus víctimas fueron empleadas para construir un trono en el cual el nefario dios se sentó y donde quedó aletargado (muchos piensan que sufrió una sobrecarga de energía vital que su anciano cuerpo no pudo procesar efectivamente lo que provocó este estatus), dejando a sus Altos Sacerdotes por su propia cuenta y con una perspectiva incierta, pues pese a la gran victoria que habían conseguido al exterminar a los tirasianos, el pueblo pigmeo había perdido a la mayoría de su población en el conflicto bélico.
Semanas después del exterminio de los colonos humanos, barcos de la Armada tirasiana llegaron a las costas de La Hidra para descubrir que los pobladores o bien se habían esfumado sin dejar rastro o bien habían sido asesinados. Tiramar presentaba el rastro de la devastación, e incluso el castro principal presentaba serios daños. La explicación más compartida fue que un contingente pirata había asaltado el enclave y secuestrado o asesinado a sus habitantes, mientras que otros opinaban que habían sido nagas, debido a la ausencia de balas y muescas creadas por los cañones. Independientemente de la explicación que le diesen, Kul Tiras, ocupada con otras cuestiones (Segunda Guerra), decidió abandonar la isla, por lo que en los años siguientes la ínsula fue paulatinamente ocupada por filibusteros y esclavistas que se aprovecharon de las infraestructuras que aún quedaban en pie.
Ocupación Pirática (15 - 31 DAPO)
La reactivación de La Hidra como refugio de piratas, contrabandistas, y mercaderes de mala reputación conllevó que el comercio se reactivase y que se fundase un órgano de gobierno local compuesto por los cuatro hombres más ricos de la población, llamado sencillamente El Consejo de los Cuatro, del cual eran parte: Jean de Navau, filibustero stromgardiano; Modrik Dientenegro, esclavista goblin; Sir Rupert Hickman, noble proscrito de Ventormenta; y Mathew Porath, pirata nacido de la Isla del Saqueo y contrabandista de éxito. Estos cuatro prohombres facilitaron a otros Hermanos de la Costa de los Mares del Norte y del Sur cobijo en su isla cuando regresaban de sus saqueos, a cambio de un módico precio por el hospedaje. De la misma manera, se adueñaron igualitariamente de las plantaciones de azúcar que volvieron a reactivar.
El impacto del gobierno pirático dejó una huella visible en la isla tras quince años de su establecimiento. Una parte de los edificios de Tiramar fueron reconstruidos y el castillo del enclave ocupado por El Consejo de los Cuatro. Sin embargo, el Fuerte Viejo se convirtió en una prisión donde marineros incautos esperaban a que se pagase un rescate por ellos, y en almacenes secretos donde se hacinaban mercancías y esclavos. Por otra parte, la Torre del Río Oriental fue totalmente abandonada y reclamada por la vegetación. A día de hoy, se estima que alrededor de doscientas personas poblaban Tiramar durante la Ocupación y que contaban con una milicia de cincuenta filibusteros como defensa que recibían un salario pagado por el gobierno de la isla. En cuanto a los pigmeos, con sus números reducidos por la guerra contra los tirasianos, y con su deidad durmiente, no se atrevieron ni siquiera a abandonar las junglas cercanas de Olmatlán, por lo que los Señores Piratas que se adueñaron de La Hidra consiguieron prosperar cómodamente sin interferencias.
Recuperación por la Alianza (31 DAPO)
Tras tres largos lustros de ocupación pirática, la Corona de Ventormenta, libre de preocupaciones militares tras la victoria del Asedio de Orgrimmar, devolvió la atención a los asuntos menores que menoscababan sus reinos. Uno en particular, aunque remoto, presentaba una molestia especial en el aseguramiento de las rutas marítimas tan necesarias en la paz para que prosperase el comercio y los transportes civiles. Se trataba de una pequeña isla, que antaño había pertenecido a la nación de Kul Tiras pero que ahora se encontraba gobernada por un consejo de cuatro señores piratas: La Hidra.
En aquel lugar, como se había constatado ya, se refugiaban toda clase de criminales que habían perpetrado ataques contra la flota de la Alianza o participado en asaltos contra asentamientos suyos tanto en los Reinos del Este como en Kalimdor. Además, por si eso no fuera suficiente, la Armada denunció la pérdida de la fragata La Espada de Wrynn en aguas cercanas a la ínsula, probablemente capturada por los piratas, y sobre la cual iba abordo el Comodoro Evans Doyle. Aprovechando la incorporación a las filas de la Alianza del corsario Jonathan Drake, conocedor del sistema pirático de La Hidra, y del apoyo financiero de Jesabela Rocarena, quien se había ganado los galones en la Campaña de Rasganorte, la Corona de Ventormenta tuvo a bien organizar una Expedición a La Hidra con el objeto de expulsar a los bandidos del mar de aquella ínsula y convertirla en una colonia aliada desde la que poder controlar las rutas marítimas y activar el comercio.
Aquella empresa militar consiguió sus objetivos principales: acabar con el Consejo de los Cuatro y eliminar la presencia pirática de La Hidra. No obstante, en el asalto final contra Tiramar el corsario Jonathan Drake traicionó a la expedición y huyó con la fragata La Espada de Wrynn, convertida ahora en un buque leal a los Velasangre. Empero, la Corona de Ventormenta se dio por satisfecha y por la capitulaciones firmadas con Jesabela Rocarena, se le concedió el cargo de Gobernadora General, así como la tarea de repoblar la isla con ahora gentes honestas al servicio de la Alianza.
Guerras Pigmeas (31 - 32 DAPO)
Unos meses antes de la conquista de La Hidra por la Alianza, el esclavista y Señor Pirata, Modrik Dientenegro, acompañado por una cuadrilla entera de esbirros encontraron de casualidad la ciudad pigmea en las junglas orientales, tomando de sorpresa a los nativos. Según cuentan los propios indígenas, el goblin logró capturar a una centena de ellos junto a un Alto Sacerdote llamado Babaya, sin demasiado esfuerzo, pues los olmatlecas pronto huyeron al Templo interior. Desesperado por la ausencia de su dios, el Sumo Sacerdote Atalizpin realizó un Olmatlepetl (que llevaba sin realizarse más de veinte años desde el letargo de Olmatlipoca) en el cual fueron sacrificados cien pigmeos, incluyendo a su primogénito, con el fin de despertar a su dios. El ritual pareció funcionar, pues el viejo brujo zandalari despertó de su sueño, azuzado por el sabor de la sangre y energizado por la energía vital de las ofrendas. De nuevo contando con su dios y guía, el Sumo Sacerdote Atalizpin le habló del regreso de los colonos a la isla, y de la captura de pigmeos por los esclavistas. Olmatlipoca, colérico por la nueva intromisión y llevado por la sed de más sacrificios, dio la orden a los pigmeos de que se preparasen de nuevo para la guerra. Tras la primera semana del despertar de Olmatlipoca, los olmatlecas volvieron tras más de dos décadas de aislamiento, a abandonar su ciudad, para patrullar las junglas y tender emboscadas a los colonos de la Alianza.
Paralelamente, soldados de la Alianza se encontraron en los túneles de la prisión del Viejo Fuerte un grupo de pigmeos que Modrik Dientenegro había hacinado en aquel lugar antes de ponerlos en el mercado. Creyendo que eran simples víctimas, la Gobernación de La Hidra no tomó ninguna medida salvo la de alimentarlos y tratar de iniciar un diálogo con el propósito de descubrir cómo habían llegado allí. Sin embaro, durante una exploración a las junglas orientales, exploradores hallaron el diario de Felipe de Esquivel, un aventurero tirasiano que participó en el descubrimiento de La Hidra, y que registraba en su diario que había sido atacado por criaturas extrañas. La prueba definitiva de que los pigmeos eran nativos isleños quedó confirmada cuando varios de ellos fueron divisados (y abatidos) en la costa cercan a Tiramar por el enano Thorgrim Cumbre Nevada. Este importante descubrimiento jugó a favor de los colonizadores de la Alianza, los cuales a pesar de recibir órdenes de la Corona de no esclavizar a los indígenas ni causar un genocidio, sí prepararon las defensas de sus posiciones y descubrieron la localización de Olmatlán (poblado pigmeo) en las junglas orientales.
Pasadas varias semanas desde los primeros encontronazos con los nuevos colonos de la Alianza, una batida en torno a cincuenta pigmeos resolvieron rescatar a sus compañeros prisioneros en el Viejo Fuerte, con resultados desastrosos. Aquella acción, que demostraba lo confiados que estaban de nuevos los olmatlecas desde el despertar de su deidad, comportó que la Gobernadora General Jesabela Rocarena ordenase la preparación de represalias militares contra el pueblo pigmeo. Fue en esta primera fase, cuando el sacerdote olmatleca Babaya trató, según fuentes oficiales, de amotinarse y sabotear cualquier intento de colaboración pacífico con la Alianza. Aquel intento de amotinamiento fue rápidamente sofocado por las fuerzas militares, y el religioso pagano pagó tal cara osadía con su muerte y la de sus principales adláteres. Sin embargo, los odios y hostilidades ya estaban bien sembrados y dando sus primeros frutos. El ala dura de las fuerzas de la Alianza en La Hidra, representada por el Teniente tirasiano Marcos Aguilar (el cual era y es nieto de uno de los primeros colonizadores de la isla, Carlos Aguilar), recibió el visto bueno de la Gobernadora General para que las tropas regulares empezasen a limpiar las zonas selváticas de la región oriental de la isla, con el fin de establecer caminos por los que en un futuro, las tropas pudiesen transitar para tomar la Ciudad de Olmatlán. El avance de los hombres del Teniente Aguilar provocó la furia y la indignación pigmea que, descontrolados, volvieron a salir en tropel de su nefario poblado para dar cuenta de la vida de los usurpadores de sus tierras. En el episodio conocido como El Incidente del Puente Roto, los soldados de la Alianza inflingieron una severa derrota a los olmatlecas, los cuales sin embargo, reanudaron a los pocos días los combates y se dedicaron a entorpecer el avance de las obras a lo largo del noveno mes del año 31 DAPO.
No fue hasta a finales del décimo mes cuando las tropas de la Alianza, comandadas por Jesabela Rocarena, pusieron sitio a Olmatlán. Las fuerzas conquistadoras, aprovechándose de la orografía y de la vegetación seca que componían zarzales y espinas de la montaña donde el enclave pigmeo se hallaba, emplearon a dos magos (Henrich Chassier y el Profesor Veringas) para incendiar los niveles superiores del poblado y forzar así a que la mayoría de las castas bajas de los indígenas tuviesen que salir al exterior a batallar. Allí, de manera inmisericorde, fueron masacrados por los hombres del Teniente Marcos Aguilar, permitiendo culminar la toma de la superficie de la montaña. Con ello, las tropas invasoras entraron en el interior de las redes de túneles de la ciudad donde se encontraban las cámaras del Templo de Olmatlipoca, protegidas por los miembros de la casta sacerdotal y los guerreros sagrados de estos. No obstante, la superioridad numérica y militar - en esta ocasión de los colonizadores - permitieron que rápidamente la Alianza ocupase el interior hasta llegar al sanctasanctórum donde el mismo Olmatlipoca les esperaba en lo alto de su pirámide.
Según el testimonio de varios de los soldados presentes en el combate final contra el Dios Hidra, este presentaba el siguiente aspecto: "Estaba muy viejo y contrahecho. Tuvimos que taparnos las narices pues desprendía un hedor nauseabundo a muerte, a sangre y a carne quemada. Su cuerpo era enteco y deforme, con una panza descomunal que llegaba al suelo. Se encontraba incrustado en su trono de calaveras, con una máscara de piedra en forma de cabeza de hidra, de las que en ocasiones se ven en ciertos lugares de esta ínsula. Llevaba la piel pintada de verde y de sus manos crecían unas garras retorcidas y mal parecidas." Pese a su repulsiva condición, Olmatlipoca presentó batalla una vez que sus sacerdotes cayeron. Varios fueron los que presenciaron el genio de su poder. Sin embargo, a pesar de que sus devotos lo creyesen inmortal y eterno, la Alianza demostró que no era así. El miserable brujo zandalari acabó pereciendo, con su cuerpo hecho trizas e implosionando en un amasijo de carne y huesos negros. Fue en aquella celebrada jornada, en la que el pueblo pigmeo había quedado finamente sometido, y su dios protector, eliminado.
Hace más de trescientos años antes de la Apertura del Portal Oscuro, en La Hidra vivían tres tribus pigmeas: Los Tumonwo, los Aranga, y los Tuga Longa. Entre estas, la última era la más poderosa, pues controlaban las junglas orientales y disponían de los mejores guerreros, gracias al desarrollo de una naciente industria lítica. Poco se sabe de la forma de vida y cultura de los pigmeos en este estado primitivo, salvo que eran dados a guerrear entre ellos y se dedicaban a la caza y recolección.
No obstante, este estado más salvaje cambió cuando llegó a La Hidra un brujo zandalari exiliado de Zandalar llamado Atahamanwa. Este trol, al ver a las criaturas brutas y obtusas con las que se encontró (pensemos que pertenecía a la casta más alta de la raza trol) decidió emplearlas para sus propios fines. Con el fin de ser aceptado, justo cuando guerreros nativos fueron a su encuentro para expulsarlo, hizo gala de sus dotes mágicas, carbonizando por entero la montaña donde la tribu Tuga Longa residía, y acabando con la vida de sus habitantes. Desde entonces, ese lugar ha permanecido con una vegetación marchita y negra, donde sólo crecen pardos zarzales, produciendo así un gran contraste con el resto de la flora habitual isleña.
Cuando los indígenas se percataron del poder de Atahamanwa, la historia pigmea dice que se postraron ante él y lo adoraron como a un dios. El zandalari, viendo la oportunidad que tenía ante él les dijo que su nombre era Olmatlipoca, y que era el Dios de las Hidras (animales sagrados para los nativos), el cual había llegado para bendecir al pueblo pigmeo. Para ganarse aún más la fidelidad de sus nuevos adoradores, el brujo seleccionó a los caciques de cada una de las tribus y a partir de ellos construyó una nueva casta sacerdotal. Asimismo, unió a todos los habitantes de la isla bautizándoles como olmatlecas, y sobre la montaña carbonizada donde antes quedaba el poblado Tuga Longa, fundó la Ciudad-Templo de Olmatlán.
Alta Cultura Pigmea (300 AAPO - 40 AAPO)
Esta nueva ciudad quiso ser un reflejo de los majestuosos templos zandalari. No obstante, los pigmeos pronto incorporaron su propio estilo, y siguiendo las indicaciones de su nuevo dios construyeron un palacio-templo de piedra en el interior de una caverna que se había abierto tras la explosión de los conjuros mágicos contra la montaña. En aquel mismo lugar, la casta sacerdotal fue instruida en las letras y lengua zandalari, mientras que los pigmeos más comunes siguieron hablando su idioma natal con alguna palabra nueva de origen trol.
Según pasaban las décadas, Olmatlipoca se hacía cada vez más viejo, mientras que la casta sacerdotal crecía en número y sabiduría. Muchos de ellos ya habían aprendido a realizar hechizos de piromancia notables e incluso dos Altos Sacerdotes conocían tímidamente los rituales del vudú y la magia negra. Esto preocupó al brujo zandalari, por lo que resolvió recurrir a la más tenebrosas de las artes para prolongar su vida y poder, de modo que ninguno de sus devotos osase jamás desafiarlo.
Fue de esta manera por la que se estableció la fiesta-ritual del Olmatlepetl, por el cual, cinco pigmeos y cinco bajos sacerdotes elegidos al azar eran sacrificados en el Templo de Olmatlipoca, de forma similar a la que algunos Imperios trols realizaban sacrificios a sus loa. El funcionamiento de este ritual mágico funcionaba de la siguiente manera: El Sumo Sacerdote y sus asistentes colocaban a sus sacrificios sobre el altar mayor del templo, a cuyo frente se encontraba la deidad, ataviada con una máscara de piedra en forma de hidra, de cuya boca emanaba un haz oscuro que atraía la energía vital de las víctimas, nutriéndose de ellas. A continuación, el Sumo Sacerdote les sacaba el corazón y los exprimía sobre un cuenco de madera, el cual se le daba a Olmatlipoca para que bebiese de él (aunque algunos relieves y murales de Olmatlán reflejan que era la propia deidad la que se comía los corazones crudos). Como es ostensible, este ritual anual permitía al trol prolongar su vida y mantener a un nivel aceptable sus reservas mágicas.
Pasados dos siglos y medio de la llegada del Dios Hidra, los pigmeos habían evolucionado hacia una cultura más avanzada. En la cúspide de su civilización estaban los Sacerdotes, tras ellos, estaban los Guerreros, y por último, los Trabajadores. A pesar de esto, la mayoría de los indígenas, especialmente los guerreros de bajo nivel y los trabajadores, continuaron con una forma de vida primitiva, pues ni siquiera empezaron a arar tierras ni a criar animales (quizás porque el mismo medio les proporcionaba el sustento). Tan sólo la casta sacerdotal y ciertos guerreros asociados al Templo de Olmatlipoca se beneficiaron de los avances. Sin embargo, el control que ejercían sobre los demás nativos era absoluto. Año tras año, continuó celebrándose religiosamente el Ritual del Olmatlepetl. No obstante, cada vez era mayor el número de sacrificios que Olmatlipoca demandaba, pues a pesar de nutrirse de la energía vital de los desdichados que acababan en su altar como ofrendas, seguía envejeciendo y debilitándose. Las crónicas pigmeas cuentan que unos veinte años antes de la llegada de los 'invasores tirasianos', se realizaban alrededor de cien sacrificios anuales (la mayoría trabajadores) al dios. El incremento de las demandas comenzó a provocar cierto malestar en las castas bajas, quienes comenzaron a sentirse explotados por el Templo sin recibir apenas beneficios a cambio.
Descubrimiento y Gobierno Tirasiano (-40 AAPO - 8 DAPO)
Cuarenta años antes de la apertura del Portal Oscuro, cuando en los Reinos del Este imperaba la paz, una goleta de Kul Tiras, pilotada por el capitán de la Armada Don Rodrigo de Velasco, tocaba tierra en una remota isla de los Mares del Sur, donde fundó el asentamiento llamado Tiramar. Este, a quince jornadas de navegación de su patria y a siete de Ventormenta, se convertía en un punto estratégico para el comercio entre las distintas naciones humanas. Asimismo, serviría también para controlar las rutas marítimas y mantener una pequeña flota con la que mantener a raya a los buques piratas que incesantemente azuzaban a las compañías mercantes que surcaban el Gran Mar.
A raíz del descubrimiento de Don Rodrigo de Velasco, al año siguiente la nación marítima de Kul Tiras envió cinco barcos con al asentamiento de Tiramar, en el suroeste de la ínsula, donde también se construyó un castillo donde se asentó el gobernador elegido por las autoridades del país. La economía de la nueva colonia pronto se basó principalmente en el comercio y en la exportación de caña de azúcar de las plantaciones insulares controladas apenas por dos familias importantes. También se empezó a cazar activamente a las hidras locales, con el objetivo de vender a altísimos precios sus escamas, garras, mandíbulas, y carne, lo que permitió a la isla crecer de forma próspera. Asimismo, también se obtenía un buen pellizco de los beneficios que reportaban las aduanas comerciales.
Por otra parte, los pigmeos vieron a los primeros exploradores tirasianos (y después a los colonizadores de Tiramar) como intrusos. Es en esta época cuando guerreros nativos asesinan al explorador Felipe Esquivel en las junglas orientales, cuando estaba cerca de descubrir la ciudad de Olmatlán. No obstante, Olmatlipoca, enterado de los acontecimientos e intrigado por la aparición de aquellas criaturas, ordenó a sus adoradores que consintiesen a los humanos asentarse en la isla, permitiéndoles tan sólo que capturasen a viajeros solitarios o grupos pequeños para que sirviesen de sacrificio. De esta manera, los tirasianos no fueron conscientes de la existencia de los pigmeos, y al mismo tiempo, el brujo trol conseguía desviar los malestares de las castas bajas al dejar de realizar sacrificios sobre ellas. Empero, esta estrategia quedó en entredicho cuando Tiramar empezó a crecer con inesperada rapidez y los tirasianos cada vez se adentraban más en las junglas orientales, conscientes de las constantes desapariciones que tenían lugar en esa zona. Fue en torno al año 6, después de la Apertura del Portal Oscuro, cuando, el Sargento Roberto Robles localizó la ciudad pigmea, pese a que no vivió para contarlo, pues rápidamente fue apresado y sacrificado en el Templo.
Estos hechos, sumados a la caza masiva de hidras, que seguían considerándose animales sagrados e hijos de Olmatlipoca, provocó la furia de los pigmeos y del propio Dios Hidra, el cual determinó que la presencia humana tenía que llegar a su fin, declarándole la guerra a los colonos. A mediados del año 7, al anochecer del octavo día del sexto mes, un ejército de entorno a los diez mil pigmeos marcharon con Olmatlipoca a la cabeza contra Tiramar. El Fuerte de la Tenacidad, localizado en el centro de la isla y con una guarnición de doscientos soldados cayó rápidamente ante el ataque fugaz de los nativos que, sorprendieron y mataron a placer al destacamento militar, dejando a su paso derruida la fortaleza. Sin embargo, tres supervivientes lograron dar la voz de alarma a Tiramar dos horas antes de que el ejército olmatleca llegara a las puertas de la ciudad. Precipitadamente, el gobernador Lope de Gómara, logró reunir a las defensas de la ciudad, que se cifraban en torno a los mil soldados y doscientos guardias urbanos. Las fuerzas tirasianas lograron resistir al empuje pigmeo por varias horas, causando numerosas bajas al enemigo, hasta que el mismo Olmatlipoca empleó sus conjuros para derribar la muralla exterior, facilitando así la irrupción de sus acólitos en la ciudad.
La ofensiva en el interior de la ciudad se saldó a favor de los olmatlecas gracias a la decidida participación del Dios Hidra y de los Altos Sacerdotes. Acabado el combate, toda la población superviviente (los pigmeos en sus tablillas apuntan a que fueron unos 2000 en total, aunque quizás sea una cifra exagerada) de Tiramar fue apresada y conducida a Olmatlán. Allí, se celebró un gran Olmatlepetl, por el cual Olmatlipoca estuvo diez días y diez noches consumiendo la energía y bebiendo la sangre de sus sacrificios. Las calaveras de sus víctimas fueron empleadas para construir un trono en el cual el nefario dios se sentó y donde quedó aletargado (muchos piensan que sufrió una sobrecarga de energía vital que su anciano cuerpo no pudo procesar efectivamente lo que provocó este estatus), dejando a sus Altos Sacerdotes por su propia cuenta y con una perspectiva incierta, pues pese a la gran victoria que habían conseguido al exterminar a los tirasianos, el pueblo pigmeo había perdido a la mayoría de su población en el conflicto bélico.
Semanas después del exterminio de los colonos humanos, barcos de la Armada tirasiana llegaron a las costas de La Hidra para descubrir que los pobladores o bien se habían esfumado sin dejar rastro o bien habían sido asesinados. Tiramar presentaba el rastro de la devastación, e incluso el castro principal presentaba serios daños. La explicación más compartida fue que un contingente pirata había asaltado el enclave y secuestrado o asesinado a sus habitantes, mientras que otros opinaban que habían sido nagas, debido a la ausencia de balas y muescas creadas por los cañones. Independientemente de la explicación que le diesen, Kul Tiras, ocupada con otras cuestiones (Segunda Guerra), decidió abandonar la isla, por lo que en los años siguientes la ínsula fue paulatinamente ocupada por filibusteros y esclavistas que se aprovecharon de las infraestructuras que aún quedaban en pie.
Ocupación Pirática (15 - 31 DAPO)
La reactivación de La Hidra como refugio de piratas, contrabandistas, y mercaderes de mala reputación conllevó que el comercio se reactivase y que se fundase un órgano de gobierno local compuesto por los cuatro hombres más ricos de la población, llamado sencillamente El Consejo de los Cuatro, del cual eran parte: Jean de Navau, filibustero stromgardiano; Modrik Dientenegro, esclavista goblin; Sir Rupert Hickman, noble proscrito de Ventormenta; y Mathew Porath, pirata nacido de la Isla del Saqueo y contrabandista de éxito. Estos cuatro prohombres facilitaron a otros Hermanos de la Costa de los Mares del Norte y del Sur cobijo en su isla cuando regresaban de sus saqueos, a cambio de un módico precio por el hospedaje. De la misma manera, se adueñaron igualitariamente de las plantaciones de azúcar que volvieron a reactivar.
El impacto del gobierno pirático dejó una huella visible en la isla tras quince años de su establecimiento. Una parte de los edificios de Tiramar fueron reconstruidos y el castillo del enclave ocupado por El Consejo de los Cuatro. Sin embargo, el Fuerte Viejo se convirtió en una prisión donde marineros incautos esperaban a que se pagase un rescate por ellos, y en almacenes secretos donde se hacinaban mercancías y esclavos. Por otra parte, la Torre del Río Oriental fue totalmente abandonada y reclamada por la vegetación. A día de hoy, se estima que alrededor de doscientas personas poblaban Tiramar durante la Ocupación y que contaban con una milicia de cincuenta filibusteros como defensa que recibían un salario pagado por el gobierno de la isla. En cuanto a los pigmeos, con sus números reducidos por la guerra contra los tirasianos, y con su deidad durmiente, no se atrevieron ni siquiera a abandonar las junglas cercanas de Olmatlán, por lo que los Señores Piratas que se adueñaron de La Hidra consiguieron prosperar cómodamente sin interferencias.
Recuperación por la Alianza (31 DAPO)
Tras tres largos lustros de ocupación pirática, la Corona de Ventormenta, libre de preocupaciones militares tras la victoria del Asedio de Orgrimmar, devolvió la atención a los asuntos menores que menoscababan sus reinos. Uno en particular, aunque remoto, presentaba una molestia especial en el aseguramiento de las rutas marítimas tan necesarias en la paz para que prosperase el comercio y los transportes civiles. Se trataba de una pequeña isla, que antaño había pertenecido a la nación de Kul Tiras pero que ahora se encontraba gobernada por un consejo de cuatro señores piratas: La Hidra.
En aquel lugar, como se había constatado ya, se refugiaban toda clase de criminales que habían perpetrado ataques contra la flota de la Alianza o participado en asaltos contra asentamientos suyos tanto en los Reinos del Este como en Kalimdor. Además, por si eso no fuera suficiente, la Armada denunció la pérdida de la fragata La Espada de Wrynn en aguas cercanas a la ínsula, probablemente capturada por los piratas, y sobre la cual iba abordo el Comodoro Evans Doyle. Aprovechando la incorporación a las filas de la Alianza del corsario Jonathan Drake, conocedor del sistema pirático de La Hidra, y del apoyo financiero de Jesabela Rocarena, quien se había ganado los galones en la Campaña de Rasganorte, la Corona de Ventormenta tuvo a bien organizar una Expedición a La Hidra con el objeto de expulsar a los bandidos del mar de aquella ínsula y convertirla en una colonia aliada desde la que poder controlar las rutas marítimas y activar el comercio.
Aquella empresa militar consiguió sus objetivos principales: acabar con el Consejo de los Cuatro y eliminar la presencia pirática de La Hidra. No obstante, en el asalto final contra Tiramar el corsario Jonathan Drake traicionó a la expedición y huyó con la fragata La Espada de Wrynn, convertida ahora en un buque leal a los Velasangre. Empero, la Corona de Ventormenta se dio por satisfecha y por la capitulaciones firmadas con Jesabela Rocarena, se le concedió el cargo de Gobernadora General, así como la tarea de repoblar la isla con ahora gentes honestas al servicio de la Alianza.
Guerras Pigmeas (31 - 32 DAPO)
Unos meses antes de la conquista de La Hidra por la Alianza, el esclavista y Señor Pirata, Modrik Dientenegro, acompañado por una cuadrilla entera de esbirros encontraron de casualidad la ciudad pigmea en las junglas orientales, tomando de sorpresa a los nativos. Según cuentan los propios indígenas, el goblin logró capturar a una centena de ellos junto a un Alto Sacerdote llamado Babaya, sin demasiado esfuerzo, pues los olmatlecas pronto huyeron al Templo interior. Desesperado por la ausencia de su dios, el Sumo Sacerdote Atalizpin realizó un Olmatlepetl (que llevaba sin realizarse más de veinte años desde el letargo de Olmatlipoca) en el cual fueron sacrificados cien pigmeos, incluyendo a su primogénito, con el fin de despertar a su dios. El ritual pareció funcionar, pues el viejo brujo zandalari despertó de su sueño, azuzado por el sabor de la sangre y energizado por la energía vital de las ofrendas. De nuevo contando con su dios y guía, el Sumo Sacerdote Atalizpin le habló del regreso de los colonos a la isla, y de la captura de pigmeos por los esclavistas. Olmatlipoca, colérico por la nueva intromisión y llevado por la sed de más sacrificios, dio la orden a los pigmeos de que se preparasen de nuevo para la guerra. Tras la primera semana del despertar de Olmatlipoca, los olmatlecas volvieron tras más de dos décadas de aislamiento, a abandonar su ciudad, para patrullar las junglas y tender emboscadas a los colonos de la Alianza.
Paralelamente, soldados de la Alianza se encontraron en los túneles de la prisión del Viejo Fuerte un grupo de pigmeos que Modrik Dientenegro había hacinado en aquel lugar antes de ponerlos en el mercado. Creyendo que eran simples víctimas, la Gobernación de La Hidra no tomó ninguna medida salvo la de alimentarlos y tratar de iniciar un diálogo con el propósito de descubrir cómo habían llegado allí. Sin embaro, durante una exploración a las junglas orientales, exploradores hallaron el diario de Felipe de Esquivel, un aventurero tirasiano que participó en el descubrimiento de La Hidra, y que registraba en su diario que había sido atacado por criaturas extrañas. La prueba definitiva de que los pigmeos eran nativos isleños quedó confirmada cuando varios de ellos fueron divisados (y abatidos) en la costa cercan a Tiramar por el enano Thorgrim Cumbre Nevada. Este importante descubrimiento jugó a favor de los colonizadores de la Alianza, los cuales a pesar de recibir órdenes de la Corona de no esclavizar a los indígenas ni causar un genocidio, sí prepararon las defensas de sus posiciones y descubrieron la localización de Olmatlán (poblado pigmeo) en las junglas orientales.
Pasadas varias semanas desde los primeros encontronazos con los nuevos colonos de la Alianza, una batida en torno a cincuenta pigmeos resolvieron rescatar a sus compañeros prisioneros en el Viejo Fuerte, con resultados desastrosos. Aquella acción, que demostraba lo confiados que estaban de nuevos los olmatlecas desde el despertar de su deidad, comportó que la Gobernadora General Jesabela Rocarena ordenase la preparación de represalias militares contra el pueblo pigmeo. Fue en esta primera fase, cuando el sacerdote olmatleca Babaya trató, según fuentes oficiales, de amotinarse y sabotear cualquier intento de colaboración pacífico con la Alianza. Aquel intento de amotinamiento fue rápidamente sofocado por las fuerzas militares, y el religioso pagano pagó tal cara osadía con su muerte y la de sus principales adláteres. Sin embargo, los odios y hostilidades ya estaban bien sembrados y dando sus primeros frutos. El ala dura de las fuerzas de la Alianza en La Hidra, representada por el Teniente tirasiano Marcos Aguilar (el cual era y es nieto de uno de los primeros colonizadores de la isla, Carlos Aguilar), recibió el visto bueno de la Gobernadora General para que las tropas regulares empezasen a limpiar las zonas selváticas de la región oriental de la isla, con el fin de establecer caminos por los que en un futuro, las tropas pudiesen transitar para tomar la Ciudad de Olmatlán. El avance de los hombres del Teniente Aguilar provocó la furia y la indignación pigmea que, descontrolados, volvieron a salir en tropel de su nefario poblado para dar cuenta de la vida de los usurpadores de sus tierras. En el episodio conocido como El Incidente del Puente Roto, los soldados de la Alianza inflingieron una severa derrota a los olmatlecas, los cuales sin embargo, reanudaron a los pocos días los combates y se dedicaron a entorpecer el avance de las obras a lo largo del noveno mes del año 31 DAPO.
No fue hasta a finales del décimo mes cuando las tropas de la Alianza, comandadas por Jesabela Rocarena, pusieron sitio a Olmatlán. Las fuerzas conquistadoras, aprovechándose de la orografía y de la vegetación seca que componían zarzales y espinas de la montaña donde el enclave pigmeo se hallaba, emplearon a dos magos (Henrich Chassier y el Profesor Veringas) para incendiar los niveles superiores del poblado y forzar así a que la mayoría de las castas bajas de los indígenas tuviesen que salir al exterior a batallar. Allí, de manera inmisericorde, fueron masacrados por los hombres del Teniente Marcos Aguilar, permitiendo culminar la toma de la superficie de la montaña. Con ello, las tropas invasoras entraron en el interior de las redes de túneles de la ciudad donde se encontraban las cámaras del Templo de Olmatlipoca, protegidas por los miembros de la casta sacerdotal y los guerreros sagrados de estos. No obstante, la superioridad numérica y militar - en esta ocasión de los colonizadores - permitieron que rápidamente la Alianza ocupase el interior hasta llegar al sanctasanctórum donde el mismo Olmatlipoca les esperaba en lo alto de su pirámide.
Según el testimonio de varios de los soldados presentes en el combate final contra el Dios Hidra, este presentaba el siguiente aspecto: "Estaba muy viejo y contrahecho. Tuvimos que taparnos las narices pues desprendía un hedor nauseabundo a muerte, a sangre y a carne quemada. Su cuerpo era enteco y deforme, con una panza descomunal que llegaba al suelo. Se encontraba incrustado en su trono de calaveras, con una máscara de piedra en forma de cabeza de hidra, de las que en ocasiones se ven en ciertos lugares de esta ínsula. Llevaba la piel pintada de verde y de sus manos crecían unas garras retorcidas y mal parecidas." Pese a su repulsiva condición, Olmatlipoca presentó batalla una vez que sus sacerdotes cayeron. Varios fueron los que presenciaron el genio de su poder. Sin embargo, a pesar de que sus devotos lo creyesen inmortal y eterno, la Alianza demostró que no era así. El miserable brujo zandalari acabó pereciendo, con su cuerpo hecho trizas e implosionando en un amasijo de carne y huesos negros. Fue en aquella celebrada jornada, en la que el pueblo pigmeo había quedado finamente sometido, y su dios protector, eliminado.